octubre 02, 2006

Los neoleprosos, por Leandro Hernández Gómez

Cuando el pasado 14 de agosto comenzó a regir la ley chilena antitabaco, no sólo estaban preocupados los dueños de pubs, restoranes y, por supuesto, los dueños de las tabacaleras, sino también y sobretodo, los propios fumadores, entre los cuales me incluyo.

A pesar de ser fumador empedernido y no arrepentido (doble falta), me declaro absolutamente a favor en varios aspectos de la nueva ley, especialmente en lo que ésta dice sobre la prevención del consumo entre jóvenes y niños, así como también en lo relacionado con el mantener espacios libres del humo del cigarrillo, al que todas las personas, incluyendo los fumadores, tienen derecho.

Sin embargo, lo que llama mi atención es la manera en que el tabaco, en general, y los fumadores, en particular, son y serán percibidos por aquellos que no fuman. Es decir, me interesa especialmente la nueva imagen de un producto y de sus consumidores que se asienta socialmente a partir de la mencionada ley.

¿Se ha fijado que los fumadores, cada vez con mayor intensidad, están siendo apartados? ¿Se ha fijado que algunos fumadores se esconden para fumar? ¿Se ha fijado que mucha gente evita, con razón, sentarse al lado de un fumador? ¿Se ha fijado que los no fumadores sienten una especie de asco, de repugnancia y a veces de lástima, por aquellos y aquellas que han tenido la mala suerte de caer en las garras de humo del tabaco? ¿Se ha fijado que nadie o casi nadie siente asco ni repugnancia ni mucho menos lástima por los dueños de las tabacaleras? ¿Se ha fijado que en estos tiempos Humphrey Bogart sería vilipendiado y de seguro no filmaría ninguna película? ¿ Se imagina al Ciudadano Kane sin su cigarro? ¿Se ha detenido a pensar en que los fumadores se han convertido de pronto en los nuevos leprosos que nadie quiere tocar, que nadie quiere ver? Los leprosarios actuales, como los de antes, son lugares apartados, cerrados, amurallados que impiden que los sanos se contagien con los infectados. Incluso he escuchado por ahí que se prohibirá que fumadores, es decir leprosos, aparezcan en la televisión, en el cine, por constituir un mal ejemplo para las futuras generaciones.

Yo soy un leproso, muchos de mis amigos lo son y muchos de mis amigos no lo son, sin embargo, no hago, no hacemos apología del tabaco, ni mucho menos vendemos tabaco. Sólo lo compramos, sólo lo fumamos, sólo nos enfermamos, sólo nos hacemos humo. Sí, somos chimeneas andantes, o ceniceros con abrigo, pero ¿Se ha fijado que nadie ha propuesto por medio de una ley así de radical que los automóviles no se usen porque contaminan el ambiente o que las industrias que fabrican jarabes para la tos dejen de expulsar humo industrial por sus escondidas chimeneas? No, nadie nunca se atrevería a atentar contra estas instituciones de la vida moderna que incluye tanto a fumadores como a no fumadores.

Por todo esto se me ocurre la siguiente falsa analogía: Es extraño que fumadores no puedan aparecer en películas o en series de televisión bajo el argumento de que promueven el nocivo tabaquismo entre los inocentes telespectadores, pero es más extraño aún que bajo el mismo argumento no exista ninguna ley que prohíba el que aparezcan (a todo color, en pantalla plana de cristal líquido) asesinatos, engaños, mentiras, fraudes, estafas, genocidios, venta ilegal y legal de armas, hombres y mujeres con ataques de histeria, personajes diciendo banalidades u ofreciendo endeudarse hasta el más allá del límite de sus bolsillos, frente a los mismos inocentes telespectadores. Acaso ¿no son nocivas también todas estas actitudes? Sí, lo son, pero no exhalan humo, salvo las pistolas, se entiende.

Argumento para dejar de fumar: A los jóvenes y adolescentes y púberes de hoy, les digo: ¡No fumen! ¡Nunca fumen! Porque una vez que comiencen a fumar es muy probable que luego no puedan dejar de hacerlo. Yo, por ejemplo, fumo y compro cigarrillos desde los 16 años. He realizado el siguiente cálculo: en promedio, fumo una cajetilla de veinte cigarrillos al día. Cada una de ellas tienen el valor de $ 1300, eso multiplicado por 365 días y luego multiplicado por 20 años. Conclusión, si es que no hubiera fumado habría ahorrado una cantidad no despreciable de dinero con la cual me podría haber comprado, al contado por supuesto, una camioneta 4x4, con la que podría recorrer los más hermosos paisajes y llegar a lugares a los que los vulgares automóviles sin doble tracción no llegarían ni el día en que el agua dulce del planeta se acabe. Pero he fumado, y no tengo una 4x4 ni automóvil de ninguna especie. Soy un peatón que viaja en metro y que a las siete de la mañana enciende su primer cigarrillo, oculto por el paisaje cubierto de hollín de una ciudad que contamina no sólo los pubs y restoranes de comida hidropónica y alternativa, sino que también nos contamina con sus bocinazos, con su mala onda, con sus gritos destemplados y con los rostros agrios y archirrepetidos de honorables senadores que, además de ver mujeres semidesnudas en medio de honorables sesiones, poseen cientos de acciones en empresas que harán colapsar hasta la chépica del césped tan bien cortado de nuestros vecinos.
Tener una 4x4 nos es el mejor argumento para dejar de fumar, pero puede ser un buen estímulo. La alternativa es un leprosario.

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