La efectiva crisis de una racionalidad: acerca de dos filmes expresionistas, por Sergio Montecinos F. (parte II)
El Gabinete del Doctor Caligari (Das Gabinet des Dr. Kaligari 1919)
Situado en una atmósfera cuya belleza nos sorprende por lo amenazante y excesiva, podría considerarse a este filme como una verdadera colección de cuadros teatrales, unidos por una extraña temática central que, lejos de ser azarosa, resulta bastante alegórica si consideramos que el año de su estreno es inmediatamente posterior al término de la I guerra mundial —alegoría que claramente se encuentra trastornada por la inclusión de un prologo y un epílogo por parte del director Robert Wiene.
En una primera aproximación, el film relata la historia de un joven que, tras la muerte de su mejor amigo entre una serie de asesinatos acontecidos en su pueblo (que son profetizados por un sonámbulo cuya voluntad se encuentra sometida a las ordenes de un misterioso doctor que ha llegado recientemente a una feria de variedades con un numero de adivinaciones), decide indagar acerca de los orígenes de aquellos homicidios teniendo como principal sospechoso al misterioso doctor. Luego de haber intentado capturar a su novia, el sonámbulo es descubierto como el autor de las fechorías y logra ser capturado. Pero el doctor que lo comanda escapa hacia otro pueblo, y Francis, el protagonista, decide ir en su búsqueda hasta encontrarlo, pero esta vez ya no como aquel doctor que recorría ciudades montando un número, sino que como director del hospital psiquiátrico. Finalmente Caligari es desenmascarado tras leer su diario y descubrir que se ha obsesionado hasta la locura con tratar de comprobar sus teorías sobre la manipulación de la voluntad inspirado en un antiguo adivinador que ordenaba la voluntad de un sonámbulo para que éste cometiera macabros crímenes…
Descontados el prologo y el epílogo, El Gabinete del Doctor Caligari nos presenta una férrea crítica al comportamiento de las autoridades alemanas durante la guerra —además de una seria advertencia de los costos vitales y morales de la manipulación técnica por sobre la vida humana (Cesare es sometido a una intervención cuyos resultados se encuentran fuera de toda posible meditación de un científico enloquecido por su racional obsesión¿!)—, pues manifiesta cómo la autoridad bajo cuya responsabilidad y sabiduría se encuentra una vida humana, manipula su voluntad obligándola a recorrer caminos oscuros y abismales, exentos de toda humanidad, con el único fin de satisfacer las ansias de un poder enrarecido por la voluntad de dominación; la autoridad se muestra, desde aquí, como la locura en desenfreno —la racionalidad que ordena a la locura (director de un psiquiátrico, la ciencia) como la locura desmedida, entregada a sus ansias de dominación. Bajo este argumento, el protagonista del film es más bien Cesare, y sus agónicos pasos, así como su fantasmal mirada y la oscuridad de su ropaje, son el reflejo mismo de su condición de esclavo de fuerzas extrañas, que lo obligan a cometer una y otra vez actos cuya brutalidad sólo puede ser comparable al miedo que por él sienten sus víctimas, a la desesperación que expresan los gritos de la novia de Francis, un ser humano que, por causas tan lejanas a su voluntad, se encuentra enfrentado, contrapuesto a una fuerza maligna que, alguna vez, fue tan humana como la propia. La desenfrenada racionalidad del científico terminó por establecer un régimen fundado en la oscuridad y en la aversión del ser humano hacia su propia especie… ¿Qué sentido tiene, entonces, su saber? ¿Qué sentido tiene la perfecta organización de los estados soberanos si han de terminar sacrificando inútilmente a quienes deben proteger? El límite que separa la racionalidad de la locura se vuelve intangible, confuso hasta la sinonimia.
Sin embargo, y como anteriormente mencionamos, Wiene introdujo un doble añadido a la idea original de los guionistas (Mayer y Janowitz) pues en un comienzo del filme Francis, el protagonista, aparece narrando la trama como una historia que le aconteció en el pasado, en donde también estuvo involucrada su “novia”. Pero, por otro lado, desde el epílogo, los descubrimientos de la verdadera identidad de Caligari, así como toda la narración de Francis, se revelan como una alucinación producto de su locura, pues justamente el héroe-protagonista era parte del psiquiátrico en donde finalizaba su descabellada historia, y tanto su “novia” como el “sonámbulo” eran otros internos del recinto. Doctor Caligari, por su parte, era el director del psiquiátrico, pero su condición metal se encuentra, aparentemente, dentro de la normalidad (aunque este punto siempre queda como un sugerente espacio para la especulación). Quizás la incorporación del prologo y el epílogo pueda leerse como un gesto conservador en la medida en que, ciertamente, encubre la radicalidad con que se presentaba el contenido crítico en el guión original, pero intentamos buscar otra clave hermenéutica: podemos considerar al claustro psiquiátrico como un símbolo de la sociedad contemporánea en donde, producto del encierro y la carencia de medios para realizar actividades en donde cada individuo pueda realizar su potencialidad imaginativa (imposibilitados de objetivar su subjetividad, como bien plantean Hegel y Marx respecto del estatuto autentico del trabajo), cada uno de sus habitantes se encuentra inmerso en la locura. Lo que trataría de expresarse, desde este punto de vista, es que a pesar de la aparente normalidad de cada uno de los individuos que conforman la sociedad, su interioridad se encuentra profundamente alterada debido a su automatismo cotidiano; cada uno estaría refugiado en sus propios mundos —mundos donde poder manifestar sus deseos, anhelos y rencores—, y la comunicación entre semejantes semeja un dialogo de sordos —pues cada loco se encuentra encerrado en su interioridad, determinando al otro como parte de sus fantasías. La autoridad en este caso se limita a ser parte de este mundo enfermizo, se limita a administrar el estado de las cosas y, por lo tanto, se vuelve objeto de todos los imaginarios producidos en el recinto —Caligari se obsesiona con la locura de Francis al punto de parecer compartirla. Nuevamente el abismo que distancia al ordena racional con su antitesis se vuelven confusos, y el fenómeno de la alienación se muestra como el gran Doctor que manejas nuestras vidas sonámbulas en medio de una jaula mal dibujada.
Situado en una atmósfera cuya belleza nos sorprende por lo amenazante y excesiva, podría considerarse a este filme como una verdadera colección de cuadros teatrales, unidos por una extraña temática central que, lejos de ser azarosa, resulta bastante alegórica si consideramos que el año de su estreno es inmediatamente posterior al término de la I guerra mundial —alegoría que claramente se encuentra trastornada por la inclusión de un prologo y un epílogo por parte del director Robert Wiene.
En una primera aproximación, el film relata la historia de un joven que, tras la muerte de su mejor amigo entre una serie de asesinatos acontecidos en su pueblo (que son profetizados por un sonámbulo cuya voluntad se encuentra sometida a las ordenes de un misterioso doctor que ha llegado recientemente a una feria de variedades con un numero de adivinaciones), decide indagar acerca de los orígenes de aquellos homicidios teniendo como principal sospechoso al misterioso doctor. Luego de haber intentado capturar a su novia, el sonámbulo es descubierto como el autor de las fechorías y logra ser capturado. Pero el doctor que lo comanda escapa hacia otro pueblo, y Francis, el protagonista, decide ir en su búsqueda hasta encontrarlo, pero esta vez ya no como aquel doctor que recorría ciudades montando un número, sino que como director del hospital psiquiátrico. Finalmente Caligari es desenmascarado tras leer su diario y descubrir que se ha obsesionado hasta la locura con tratar de comprobar sus teorías sobre la manipulación de la voluntad inspirado en un antiguo adivinador que ordenaba la voluntad de un sonámbulo para que éste cometiera macabros crímenes…
Descontados el prologo y el epílogo, El Gabinete del Doctor Caligari nos presenta una férrea crítica al comportamiento de las autoridades alemanas durante la guerra —además de una seria advertencia de los costos vitales y morales de la manipulación técnica por sobre la vida humana (Cesare es sometido a una intervención cuyos resultados se encuentran fuera de toda posible meditación de un científico enloquecido por su racional obsesión¿!)—, pues manifiesta cómo la autoridad bajo cuya responsabilidad y sabiduría se encuentra una vida humana, manipula su voluntad obligándola a recorrer caminos oscuros y abismales, exentos de toda humanidad, con el único fin de satisfacer las ansias de un poder enrarecido por la voluntad de dominación; la autoridad se muestra, desde aquí, como la locura en desenfreno —la racionalidad que ordena a la locura (director de un psiquiátrico, la ciencia) como la locura desmedida, entregada a sus ansias de dominación. Bajo este argumento, el protagonista del film es más bien Cesare, y sus agónicos pasos, así como su fantasmal mirada y la oscuridad de su ropaje, son el reflejo mismo de su condición de esclavo de fuerzas extrañas, que lo obligan a cometer una y otra vez actos cuya brutalidad sólo puede ser comparable al miedo que por él sienten sus víctimas, a la desesperación que expresan los gritos de la novia de Francis, un ser humano que, por causas tan lejanas a su voluntad, se encuentra enfrentado, contrapuesto a una fuerza maligna que, alguna vez, fue tan humana como la propia. La desenfrenada racionalidad del científico terminó por establecer un régimen fundado en la oscuridad y en la aversión del ser humano hacia su propia especie… ¿Qué sentido tiene, entonces, su saber? ¿Qué sentido tiene la perfecta organización de los estados soberanos si han de terminar sacrificando inútilmente a quienes deben proteger? El límite que separa la racionalidad de la locura se vuelve intangible, confuso hasta la sinonimia.
Sin embargo, y como anteriormente mencionamos, Wiene introdujo un doble añadido a la idea original de los guionistas (Mayer y Janowitz) pues en un comienzo del filme Francis, el protagonista, aparece narrando la trama como una historia que le aconteció en el pasado, en donde también estuvo involucrada su “novia”. Pero, por otro lado, desde el epílogo, los descubrimientos de la verdadera identidad de Caligari, así como toda la narración de Francis, se revelan como una alucinación producto de su locura, pues justamente el héroe-protagonista era parte del psiquiátrico en donde finalizaba su descabellada historia, y tanto su “novia” como el “sonámbulo” eran otros internos del recinto. Doctor Caligari, por su parte, era el director del psiquiátrico, pero su condición metal se encuentra, aparentemente, dentro de la normalidad (aunque este punto siempre queda como un sugerente espacio para la especulación). Quizás la incorporación del prologo y el epílogo pueda leerse como un gesto conservador en la medida en que, ciertamente, encubre la radicalidad con que se presentaba el contenido crítico en el guión original, pero intentamos buscar otra clave hermenéutica: podemos considerar al claustro psiquiátrico como un símbolo de la sociedad contemporánea en donde, producto del encierro y la carencia de medios para realizar actividades en donde cada individuo pueda realizar su potencialidad imaginativa (imposibilitados de objetivar su subjetividad, como bien plantean Hegel y Marx respecto del estatuto autentico del trabajo), cada uno de sus habitantes se encuentra inmerso en la locura. Lo que trataría de expresarse, desde este punto de vista, es que a pesar de la aparente normalidad de cada uno de los individuos que conforman la sociedad, su interioridad se encuentra profundamente alterada debido a su automatismo cotidiano; cada uno estaría refugiado en sus propios mundos —mundos donde poder manifestar sus deseos, anhelos y rencores—, y la comunicación entre semejantes semeja un dialogo de sordos —pues cada loco se encuentra encerrado en su interioridad, determinando al otro como parte de sus fantasías. La autoridad en este caso se limita a ser parte de este mundo enfermizo, se limita a administrar el estado de las cosas y, por lo tanto, se vuelve objeto de todos los imaginarios producidos en el recinto —Caligari se obsesiona con la locura de Francis al punto de parecer compartirla. Nuevamente el abismo que distancia al ordena racional con su antitesis se vuelven confusos, y el fenómeno de la alienación se muestra como el gran Doctor que manejas nuestras vidas sonámbulas en medio de una jaula mal dibujada.
0 cartas al director:
Publicar un comentario
<< Home