enero 08, 2006

Los que vienen de vuelta, por Leandro Hernández G.


a mi abuela,
que también
fumaba


En julio de 2003 se murió Belano y seguramente Ulises Lima ni siquiera se ha enterado de ello perdido en el Parque Hundido aún esperando que se aparezca Octavio Paz.
Luego, en septiembre murió la Erna, mi abuela, producto del cigarrillo (del cigarrillo encendido con el que se durmió y que luego atrapó sus sábanas y luego su colchón de espuma, para finalmente abrasar su cuerpo enjuto y frágil en el pequeño departamento que habitaba y que nunca visité) y entonces lloré, lloré mucho y entre llanto y llanto me fumé no sé cuántos puchos en su nombre.
En agosto había leído un volumen de cuentos del finado Belano (que también fumaba y mucho) y ahí me encontré con algunos textos realmente buenos y no lo digo porque se haya muerto, no soy de los que dicen que no hay muerto malo y si ese muerto es escritor está de cajón que sucede lo mismo con su obra, no soy de esos, o por lo menos trato de evitarlo. Pero los textos de Belano tienen la cualidad de ser de aquellos que tocan mejor que nadie la realidad, justamente porque tal vez no se proponen retratarla. A través de las vidas de esos personajes, qué digo las vidas, ¡ciertos instantes que conforman sus vidas!, se nos va descubriendo lo que siempre hemos sabido pero que por comodidad, por inercia, por miedo, por puro gusto, no hemos aceptado. Los personajes de Belano vienen todos de vuelta, no hay ninguno que se encumbre, todos ellos son, permítaseme el metaforón, volantines cortados, que a pesar de su hermosura se pierden o se rompen cuando los niños poco diestros se atreven a recuperarlos. Todos ellos nos dejan agraz la boca. Esa cercanía, esa convivencia casi cotidiana con la muerte de la que nos hablan las historias de Belano es la que nos permite tocar la realidad cuando avanzamos en su lectura. No existen diálogos, soliloquios o griteríos imposibles en sus textos, a través de la palabra, la hablada, la escrita, la pensada o la soñada, pero siempre dicha, Belano construye, paradójicamente, la destrucción de un mundo y de sus habitantes.
En diciembre leo, a propósito de su relato El gaucho insufrible, la contratapa de la primera edición (pirateada) del volumen homónimo: “Se aprecian los efluvios de Macedonio Fernández y de Gombrowicz”. Obviamente, son muy pocos los lectores que se han adentrado en esa pampa que parece ser la obra de éstos, sin embargo, son un poco más aquellos que se han enterado de la del primero a partir de la lectura de la obra de Borges. No sé si éste nombra alguna vez a Gombrowicz, habría que preguntárselo a Alifano, que de seguro lo sabe. Pero lo que sí es claro es que Belano cita directamente a Borges, y de alguna manera responde a su cuento "El sur".
Pereda desembarca en la estación de Capitán Jourdan y al no encontrar a nadie se sienta a matar el tiempo. Finalmente se duerme, pero antes recuerda, “como era inevitable”, el cuento de Borges y “tras imaginarse la pulpería de los párrafos finales los ojos se le humedecieron”.
Cabe recordar que Pereda es un abogado viudo, cuyo hijo es escritor y que en el contexto de la última crisis argentina, la de las cacerolas, decide volver a la pampa, a la casi abandonada estancia “Álamo Negro”. Así, Belano considera que es inevitable que Pereda recuerde, en esa circunstancia, la historia de Dahlmann, cuyos párrafos finales recordados por Pereda, nos muestran a un personaje que instintivamente se compromete a pelear aún sabiendo que ese hecho es una justificación para que lo maten. Es un hombre que sale a pelear sin esperanza ni temor, sintiendo que el morir así, en una pelea a cuchillo, es como él hubiera elegido cuando estuvo en el sanatario recuperándose de una septicemia . Pereda es también Dalhmann que a su vez también es Borges.
Pereda vuelve a una pampa que, como su país, está en decadencia, una pampa donde ya no hay vacas, sino conejos; donde los gauchos jóvenes (o no tan viejos) ya no andan a caballo sino que hacen dedo a las camionetas que de vez en cuando pasan. Una pampa donde el techo se cae a pedazos, en un país que está quebrado. Una pampa que tiene mucho de Comala, con personajes como fuera del tiempo, absolutamente solos, aislados de lo que sucede en los titulares. Pereda se va “agauchando” cada vez más y de una manera “daguerrotípica”, es decir como desgastada, añosa, derechamente vieja, anacrónica y por lo mismo un poco eterna, como quizás es la muerte. Así y todo, el personaje de Belano, que como todos los suyos viene de vuelta, dignifica una lucha perdida, dando ya no lo mejor que alguna vez tuvo, su juventud, sino dando esta vez lo único, y lo último, que tiene: su vejez, su condición de fantasma, de perdido.
Después de cuatro años Pereda vuelve a la ciudad y la observa como si nunca la hubiera visto. Buenos Aires ya no existe, por lo menos no para él. Observa desde la calle un bar en el que conversa su hijo con otros escritores. En las afueras del bar se enfrenta a uno de ellos, cincuentón con pinta de adolescente que se enoja porque Pereda lo observa mientras él aspira coca, el gaucho saca el cuchillo y le da una puntada en la ingle, sólo una puntada, y el escritor cincuentón con pinta de adolescente se desarma, se destruye. Pereda con las primeras luces del día decide volver a “la pampa de la que nada sabe y cuyos pocos habitantes lo aceptan y lo sufren sin protestar”.
¿Por qué estos dos personajes, Pereda y Dalhmann, se relacionan con la muerte de un modo que revela una aceptación total de su inminencia? Puede ser porque Pereda también es Belano que a su vez también es Dalhmann. En cambio, la Erna sigue siendo la Erna.

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